Para viajar a Bogotá y ayudar a organizar la fiesta de 15 años de su hermana, Gloria Soto quería ausentarse tres días de su trabajo. Pero desde los 10 años, edad en que empezó a laborar, no había pedido un permiso a un empleador por un periodo tan largo.
Gloria ahora tiene 24 años y recuerda su niñez y adolescencia en Berlín, Caldas, donde trabajaba por días como aseadora en casas de familia. En esa época, se sentía incómoda de tener siquiera que mencionar la palabra “permiso” a su patrona.
De acuerdo con un estudio reciente de Cuso International, apoyado por el Gobierno de Canadá, más de 86% de los jóvenes urbanos de estratos bajos enfrentan algún grado de precariedad laboral. La juventud más afectada es aquella que se desempeña en el sector del transporte y la construcción así como quienes trabajan como empleados/as domésticos (más información aquí)
A los 22 años, el padrastro de Gloria decidió que el momento había llegado para que su mamá y ella se mudaran a Medellín. Duró casi cuatro meses desempleada, hasta que le ofrecieron una forma de ganar dinero. “Un señor me dijo que me pagaba $5.000 pesos al día mientras aprendía a preparar buñuelos, para luego poder venderlos. Era más raro, yo me aburrí y dejé de hacer eso”, comenta Gloria.
Esta experiencia de informalidad laboral de Gloria es una realidad para más de 61% mujeres jóvenes urbanas de estrato 1 y 42% de estrato 2. “Era difícil para mí conseguir un buen empleo porque no tenía experiencia laboral que pudiera demostrar en la ciudad y, sobre todo, en una empresa. Tampoco conocía a nadie que lo refiriera a uno y que, además, supiera del trabajo que yo hacía”, comenta.
Dadas esas barreras para encontrar un trabajo, Gloria se vinculó a la iniciativa de formación y enganche laboral de Empleos para construir futuro, mediante la cual no sólo aprendió herramientas para desempeñarse en los servicios generales de las empresas, sino que también logró que su perfil laboral fuese conocido por distintas compañías de la ciudad. Una vez empezó su primer empleo formal, participó en un acompañamiento sicosocial para adaptarse mejor a la cultura corporativa.
En la empresa donde trabajaba, se enteró de sus derechos laborales, “yo la verdad no sabía que uno tenía vacaciones del trabajo. También, me di cuenta que no era grave hablar con el jefe para pedirle un permiso”, dice la joven.
Sin miedos, Gloria solicitó el permiso a la empresa de cambiar su turno y así acompañar a su hermana en la fiesta de 15 años. Además de inflar bombas y ayudar a organizar el salón , lo que más recuerda de la celebración es que fue la primera vez que lució un pico, o como algunos paisas le llaman a la cola de un vestido. Era largo, de color rojo, con un semiescote y la hacía ver tan arreglada que muchos de sus familiares casi no la reconocían.
En estos días Gloria está planeando sus próximas vacaciones de trabajo: volver a Berlín, Caldas y viajar a Bogotá para ver nuevamente a su hermana , algo que “en el pueblo nunca se veía, eso de las vacaciones. Pero es muy bueno en la ciudad y en una empresa más que todo”.